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Ají de choclo y Ají de arvejas

Antes de comenzar una nueva etapa en bici, nos trasladamos a las inmediaciones de Chataquila, un pueblito en la Cordillera de los Frailes para asistir a un festival cultural. Decidimos hacer el viaje en camión con el resto de locales. Para ello nos desplazamos en taxi hasta la “estación de camiones”. Pedimos en el hotel que llamen a un radio taxi, para asegurarnos de que es de una empresa legal pero, en un despiste nuestro, el recepcionista sale a la calle y para al primero que pasa. Cometiendo el error de subirnos en él, somos testigos (y casi víctimas) de una de las tramas clásicas para robar a turistas y, en algunos casos, secuestrarlos durante unos días hasta vaciar sus cuentas bancarias a base de extracciones diarias en los cajeros. La trama es simple. El taxista llama por radio a sus cómplices y con algún código avisa de que tiene víctimas. Éstos siguen al taxi hasta una zona apartada y allí se produce el atraco o secuestro. Es más frecuente en pasajeros con destino al aeropuerto, precisamente cuando llevas todas tus pertenencias. Quizás éste fue el motivo por el cuál nos libramos. En nuestro caso, un coche nos sigue casi desde que nuestro conductor da el aviso por radio, pero insiste en que no va al aeropuerto. El otro coche nos sigue durante un buen rato, pero vamos en dirección hacia donde le hemos pedido, o sea que de momento no tenemos queja. Además le hacemos saber que sabemos a dónde vamos y por dónde estamos circulando para que no intente desviarse. Poco antes de llegar a nuestro destino, se para y del coche que nos sigue salen 2 tipos que se acercan al nuestro. Hablan con el conductor medio en quechua, medio en castellano, pero igualmente no entendemos nada. Cuando le preguntamos al conductor qué está pasando nos dice que son policías de paisano, la clásica mentira para que no sospeches que te van a atracar. Desde afuera miran hacia nosotros. Quizás también la mochila casi vacía que llevamos nos ha ayudado. Total que se van, el taxi sigue unos 50 metros más hasta la estación de camiones y allí nos bajamos. Sigue siendo extraño, pues el taxi en todo momento ha seguido un camino lógico y en la parada de camiones había policía. Creemos que ha sido un mal entendido entre el taxista que inicialmente creía que éramos unas buenas víctimas, pero que cambió de idea durante el trayecto. Aun así, los compinches nos continuaron siguiendo. En fin, que probablemente nos hemos salvado de una buena. La culpa es nuestra por subirnos en ese taxi poco fiable.

Ají de arvejasUna vez en la parada de camiones preguntamos y nos subimos en uno, pero no sale hasta que esté lleno. Ése es un concepto vago y subjetivo. Según el conductor, nunca está suficientemente lleno. Cuando arrancamos, estamos comprimidos como sardinas en lata y con suerte de tener los 2 pies en el suelo, aunque sean debajo de otros pies o de sacos de verduras. De hecho la policía presente en la estación de camiones no nos quiere dejar partir por motivos de seguridad, pero oponen poca resistencia a las quejas de los viajeros y acabamos poniéndonos en marcha. Por algún motivo 3 camiones deciden partir al mismo tiempo y adelantarse continuamente mientras avanzamos por la pista de montaña polvorienta.

 

Puesto con varios platosDespués de una hora de empujones involuntarios y de aferrarnos como podemos a los travesaños sobre nuestras cabezas, llegamos al Santuario donde se celebra la fiesta. Hay montado un escenario donde actuarán grupos folclóricos y otro área donde hay puestos de comida. Éstos últimos todavía no la quieren vender hasta que pase el jurado que ha de calificar su calidad para el concurso. De todas maneras conseguimos un par de panes de harina de maíz para calmar el apetito. Recorremos los puestos acompañando a un periodista que va entrevistando a las cocineras y Judit se le pega como si ella lo fuera también. Incluso algunos le piden que les haga fotos. Así puede hacer buenos primeros planos sin tener que pedir permiso cada vez. Una vez acabado el recorrido probamos algunos de los platos, aunque tenemos ciertas dificultades para mantener un mínimo de higiene, pues los locales comparten plato y cuchara. Hay un buen surtido de potajes, platos de queso con quinua (phiri), empanadillas de diferentes tipos, cuajada con maíz, varios tipos de ají, chicha de maíz morado, etc. La mayoría de los potajes están cocinados en ollas de barro sobre un fuego improvisado en el lugar. Cada cocinera tiene un cartel con su nombre, procedencia y los platos que expone para degustar. Todas llevan los vestidos tradicionales de la zona.

Cocinera mostrando el phiriAl cabo de un par de horas ya hemos pasado por la sección gastronómica y en el escenario todavía no hay movimiento. Comienza después de un rato pero consiste en interminables enumeraciones de nombre propios y organizaciones dándoles gracias por participar en el evento. Decidimos volver a Sucre, pero no va a ser fácil. Los camiones y micros no salen hasta que acabe todo el festival y probablemente no será antes de 3 o 4 horas más. Los coches que vuelven van cargados hasta arriba o no van a Sucre. Hay que esperar alguna movilidad de vuelta, pero no pasa ninguna. Cuando ya tiramos la toalla, vemos que alguna de las autoridades de la oficina de turismo que ya ha dado su discurso se sube en su pick-up con chofer para volver. Les pedimos si pueden llevarnos y la respuesta es afirmativa. ¡Qué diferencia de viaje! Ahora vamos cómodamente sentados en asientos de piel y con aire acondicionado.

 

 

 

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