Álbum de fotos:
• Nelson y Marlborough
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• Golden Bay kayaks
• Golden Bay air
Fecha Actividad Tramo Distancia (Km) Asc. Acc. (m) Desc. Acc. (m) 9-Abr-19 Bici, Excursión De Pohara a Farewell Spit 88.6 291 293 10-Abr-19 Bici De Collingwood a Pohara 36.9 214 206 13-Abr-19 Kayak, Excursión De Tata beach a Waiharakeke bay 31.2 14-Abr-19 Kayak, Excursión De Waiharakeke bay a Mosquito bay 20.6 15-Abr-19 Kayak, Bici De Mosquito bay a Marahau y a Motueka 40.8 16-Abr-19 Bici De Motueka a St. Arnaud 106.0 972 339 17-Abr-19 Excursión De St. Arnaud al refugio Angelus 12.5 882 110 18-Abr-19 Excursión Del refugio Angelus a St. Arnaud 12.2 108 652 19-Abr-19 Bici De St. Arnaud a Blenheim 104.0 154 791 22-Abr-19 Bici De Blenheim a Picton 34.6 119 131 Total 487.4 2889 2673
En esta parte del viaje visitamos las regiones de Nelson y Marlborough, en el extremo Norte de la isla Sur. El final del recorrido a pie por el Heaphy track nos trae hasta la Golden Bay, la bahía más al noroeste de la isla Sur. Está delimitada al Norte por la Farewell Spit, una barrera de dunas de 27 km creada por la deposición de arena por las corrientes marinas y el efecto juguetón de los constantes vientos, y al Sur por el parque nacional Abel Tasman.
Nuestra primera visita es a la Farewell Spit. La mayoría de la barrera es una zona protegida para aves migratorias y el acceso al público está prohibido. Damos un paseo por la zona accesible, empezando por la parte interior de la bahía. Aquí la pendiente de la playa es mínima y la marea avanza y retrocede cientos de metros. Estamos en el punto de marea alta y todas las aves marinas están cerca de la costa picoteando la arena húmeda en busca de alimento. Cruzamos la barrera de arena entre dunas y a medida que nos acercamos a la costa del Mar de Tasmania el viento aumenta de intensidad. La arena de la playa es arrastrada superficialmente, lo cual, no sólo hace avanzar las dunas, sino que hace crecer la longitud de la barrera poco a poco. Los árboles crecen inclinados y las aves vuelan a ras de tierra con dificultad. Al regresar a la costa del interior de la bahía, el agua está a más de medio quilómetro de la línea de marea alta.
En teoría, la Golden Bay disfruta de un microclima especialmente soleado comparado con los alrededores, pero tenemos que esperar varios días para encontrar una ventana de 3 días sin lluvia ni viento. Durante esos 3 días vamos a costear el parque nacional Abel Tasman en kayak. Partimos de Tata Beach en una mañana súper calmada. Después de tantos meses pedaleando y haciendo excursiones a pie por Nueva Zelanda, ya nos habíamos acostumbrado a la frondosidad de los bosques y a los helechos gigantes. Sin embargo, verlos desde el kayak, pegados a la costa o al borde de los acantilados es una nueva imagen que no habíamos visto hasta ahora. Durante el primer día avistamos varias especies de cormoranes, incluyendo unos muy curiosos, con cresta y una mancha azul entre los ojos y el pico. Sin embargo, lo más interesante son las mantas raya que encontramos en las aguas poco profundas de las bahías que sólo quedan inundadas durante la marea alta. Algunas tienen casi un metro de envergadura y la cola es tan larga como el cuerpo. Es increíble la velocidad con la que salen disparadas con un par de batidas de alas.
Durante el segundo día vemos un montón de estrellas de mar en las rocas, justo donde las olas vienen y van. Parecen todas de la misma especie, pero diferentes ejemplares tienen diferente número de brazos, entre 9 y 12. Hoy también avistamos bastantes focas, incluso una cría. Sin embargo, los acantilados y la vegetación siguen siendo lo que más nos atrae. Quizás por culpa de haber hecho kayak en el Mar de Cortés, en Baja California. Ése es un lugar excepcional para ver vida marina desde un kayak.
Durante estos días hemos tenido mareas de unos 3 metros, lo cual condiciona bastante la navegación. Por un lado, la corriente debida al flujo de las mareas es considerable y hay que tenerlo en cuenta, no sólo para pasar las puntas, sino para no remar a contracorriente más de lo necesario. Por otro, la distancia entre los campings en tierra firme y la orilla puede ser de cientos de metros en marea baja y ¡el kayak pesa!
La segunda noche la pasamos en Mosquito Bay, una bahía sólo accesible desde el mar y fuera del alcance de los excursionistas que cruzan el parque por uno de los Great Walks. Es una bahía pequeña, delimitada por dos acantilados y con una islita rocosa en mitad de la bahía. Llegamos por la tarde en marea alta, con lo cual sólo tenemos que cargar con el kayak 10 metros para subirlo a zona segura fuera de las olas. El sol pronto se pondrá detrás de las montañas, así que nos apresuramos a preparar la cenar. Hoy de menú tenemos pollo al curry con ajo y cebollita pochada, acompañado de verduras variadas sofritas con cardamomo, clavo, laurel y una pizca de chile. Como maridaje tenemos un pinot noir de la región central de Otago (NZ). Tiene buena pinta ¿verdad? Bueno, para que no os creéis una falsa impresión de la dureza extrema de nuestro viaje, vamos a tener que describir la cena con un poco más de realismo. Montamos el fogoncillo de camping con la sartén preparada para recibir la masa alimentaria amorfa que resbala lentamente de la bolsa Zip-lock que la contiene. Es que ese pollo y esas verduras los cocinamos en el camping de Pohara hace un par de días y los transportamos en bolsas zip-lock. El aglutinamiento de puerro, brócoli, pimiento y berejena se escurre aceitosamente por las paredes transparentes de la bolsa. Entre las verduras, los cubos de pollo se aceleran por salir de su asfixio, sin saber que van a ir a parar a una sartén ardiente. La mayoría del contenido cae en la sartén en una primera entrega. Pshhhhhhhhh. Hay que remover continuamente el mejunje para que no se pegue y se queme, arruinando el hermoso aroma que empiezan a desprender las especies. Hmmmmmm, aquí viene una oleada de cardamomo. Mientras, hay que apresurarse a exprimir la bolsa para aprovechar el aceite teñido de curry hasta la última gota. Es un complicado movimiento sincronizado de enrollamiento de la bolsa desde el fondo con una suave presión con los pulgares para empujar el jugo hacia la boca de la bolsa. Con un poco de suerte la bolsa interior no ha tenido fugas y la segunda bolsa no se ha manchado. La probabilidad de no pringarte los dedos durante esta delicada operación es mínima, pero no es ni la primera ni la décima vez que la llevamos a cabo durante este viaje. Al fin y al cabo, lo peor que puede pasar es que tengas que relamerte los dedos para limpiarte el curry. Mientras se calienta la cena, abrimos la botella de vino. Es de rosca, como todas las de Nueva Zelanda, así que no tiene el encanto del ¡plop! del corcho. Huele bien, pero cuando lo vertimos en nuestros vasos plegables de silicona no luce demasiado. Lo de mirar los taninos de manera pija al trasluz no cuela. De todas maneras, sabe mejor que el agua. El sol ya se ha escondido pero no hace frío y podemos disfrutar tranquilamente de la cena mirando la calma del mar en nuestra bahía privada. Las olas crean unas formas curiosas. Hay un frente que entra paralelo a la playa. Otro avanza cruzado, como si fuera generado por un viento independiente.
Durante el tercer día el cielo está gris y hace viento. Por la mañana se nos pegan los sacos y la marea está casi en su punto más bajo cuando estamos preparados para partir. Tenemos que cargar el kayak durante 150 metros hasta la orilla. Incluso la isla en medio de la bahía ahora está conectada por la arena. Una vez en el agua, la costa se hace un poco monótona y no nos sorprende tanto como en los dos anteriores. Llegamos a Marahau un poco antes de la marea alta, lo cual supone embarrancar a cientos de metros del muelle. Por suerte, uno de los tractores que viene a recoger a un grupo organizado de kayaks, carga el nuestro en el remolque y nos vamos andando hasta el muelle. La bahía se ve bien fea con esa extensión enorme de arena húmeda, con charcos de agua y montones de algas apelmazadas. Por si no os habéis fijado, hemos completado el recorrido en un kayak doble, lo cual en sí mismo, es toda una hazaña. El nombre oficial del kayak es Pipi, curioso nombre para una embarcación donde te pasas horas oyendo el chapoteo del agua sin pisar tierra. El nombre extraoficial es el kayak del divorcio. Y es que donde manda capitana, no manda grumete…
En Marahau nos esperan nuestras bicis. Reempaquetamos, nos cambiamos de indumentaria y nos vamos pedaleando hasta Motueka por la carretera de la costa, pasando por Kaiteriteri. El corto recorrido vale la pena. La carretera de curvas va en su mayoría por el bosque con vistas esporádicas al mar. Al acercarnos a Motueka, nos unimos al Tasman's Great Taste Trail que discurre entre cultivos de frutales, sobre todo de manzana y kiwi.
Nuestra siguiente aventura es en el parque nacional Nelson Lakes, a 100 km de Motueka. Tenemos el billete de vuelta a San Diego comprado para el 14 de Mayo y nos quedan demasiadas cosas por ver todavía, así que en un alarde de poderío, llegamos a St. Arnaud, la entrada del parque nacional, en un día. El perfil de la carretera es de subida hiperbólica, de esas que asustan, pero acaba siendo tan suave que apenas se siente. Lo que sí siente el trasero de Cèsar son los 100 km… En esta zona todavía hay gran cantidad de campos de frutales y huertos. De vez en cuando, en la entrada de un camino vecinal, hay un puesto con bolsas de fruta o verduras y una caja para dejar el dinero. Nadie que lo atienda. Coges las bolsas que quieres y dejas el dinero que marca en ellas. Así es la gente de Nueva Zelanda. ¡Confían los unos en los otros! Judit no puede resistir la tentación de comprar avellanas. Una bolsa de un kilo por 5 dólares. Como nos imaginábamos, las avellanas vienen con cáscara. Os podéis imaginar la escena de 2001: Odisea del espacio en cada parada que hacemos para descansar. Sentados en el suelo cascando avellanas, con una piedra en una mano y otra en el suelo. Además, Cèsar lleva unas melenas y barba de Neandertal que asusta. Sólo le falta blandir un fémur de vaca cuando alguien se acerca. Las avellanas requieren demasiado trabajo para aplacar el hambre y atacamos un taco de queso a bocados. Todo bastante primitivo. Lo de ir al baño entre la maleza tampoco ayuda a la escena. Suerte que no nos ven nuestros padres. Con todo lo que se gastaron en educación privada.
La excursión a pie hasta el Lago Angelus está bien pero nos sabe a poco. Probablemente le deberíamos haber dedicado unos días extras para adentrarnos en zonas más remotas. Quizás porque el paisaje nos resulta más familiar. El sendero va por una cresta y hay vistas en todas las direcciones. A la derecha se ve el valle cubierto en su mayoría por nubes bajas. A la izquierda los picos se encadenan en cordilleras y es que aquí empiezan los Alpes del Sur. Las laderas de la montañas son rocosas y con poca vegetación. Una planta curiosa que crece aquí es la que llaman oveja vegetal. Se parece a un almohadón de pequeños rosetones apretados. La salida del sol desde el refugio Angelus es espectacular. La línea de sol que baja por las laderas se refleja en al agua completamente quieta del lago. ¡Magnífica! A pesar de haber visto un montón, no pierden el encanto. Una curiosidad que encontramos de regreso son los clavos de hielo. Cuando el suelo está a una temperatura superior a 0 C y el aire por debajo de 0, el agua bajo tierra es atraída hacia la superficie por capilaridad y se congela. Durante la noche, unas pequeñas columnas de hielo crecen y levantar pequeñas piedritas y granos de arena hasta una altura de unos pocos centímetros.
St. Arnaud está a otros 100 km de Blenheim, centro de producción de todas las bodegas de vinos de la región de Marlborough. Allí vive una amiga mejicana que nos encontramos en Queenstown hace un par de meses y a la que enviamos una caja con el material que no íbamos a utilizar en esos meses. Parece que empezamos a tomarle el gusto a las etapas de 3 cifras y nos plantamos en Blenheim en un día. El trasero de Cèsar está bastante cabreado con él… La mitad del recorrido discurre entre viñedos. El terreno es prácticamente plano pero tenemos que ir parando para descansar los traseros y aprovechamos para hacer el primitivo cascando avellanas. En Blenheim, nuestra amiga nos invita a un asado en casa de unos chilenos. ¡Qué ricos los chorizos! ¡Y el pollo! Bueno sí, la compañía también es muy grata pero es que el hambre es un instinto muy primitivo y tiene prioridad…
Nos despedimos de la isla Sur en una etapa corta hasta Picton, desde donde cogeremos el ferry a Wellington, la capital del país. Durante casi todo el trayecto nos cae una llovizna fina pero persistente. No hay ninguna alternativa a la nacional 1 así que el trayecto es agobiante. El ruido constante de los vehículos y la lluvia lo convierten en un puro trámite. ¡Ni siquiera paramos a cascar avellanas! La lluvia sigue durante todo el día y toda la noche. La tienda sigue calando y nos levantamos con un charco de agua en un lateral. Afortunadamente en Blenheim recogimos nuestra nueva colchoneta inflable, así que lo de abrazarse a una morcilla para dormir ha pasado a la historia. Sin embargo, los fallos de material siguen. El último es el porta paquetes de Cèsar. Además de que el aluminio está limado por el constante roce de las alforjas, una de las varillas se ha partido. Por suerte es la que evita que la alforja se acerque a la rueda y no una de las que soporta el peso. Alguna chapuza habrá que hacer para que aguante las 4 semanas que nos quedan, pero para reíros de nuestros arreglos, tendréis que esperar a las fotos del siguiente relato.
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