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Índice de esta etapa:

Fecha Actividad Tramo Distancia (Km) Asc. Acc. (m) Desc. Acc. (m) GPX Perfil
22-Nov-18 Bici De Waitiki al campamento Bluff 75.5 678 686 GPX Perfil
23-Nov-18 Bici Del campamento Bluff a Ahipara 61.6 59 32 GPX Perfil
25-Nov-18 Bici De Ahipara a Rawene 68.9 538 499 GPX Perfil
26-Nov-18 Bici De Rawene al bosque de Waipoua 63.7 836 801 GPX Perfil
27-Nov-18 Bici Del bosque de Waipoua a campamento Kauri Coast 22.2 327 376 GPX Perfil
28-Nov-18 Bici Del campamento Kauri Coast a Matakohe 78.7 277 318 GPX Perfil
29-Nov-18 Bici De Matakohe a Kaiwaka 38.2 442 377 GPX Perfil
30-Nov-18 Bici De Kaiwaka a Glorit 45.2 438 503 GPX Perfil
1-Dic-18 Bici De Glorit a Parakai Springs 36.1 286 327 GPX Perfil
2-Dic-18 Bici De Parakai Springs a Waiheke 53.0 352 349 GPX Perfil

 

22-29 de Noviembre de 2018: Northland (Costa Oeste)

Después de la visita al Cabo Reinga, la punta más septentrional de Nueva Zelanda, nos dirigimos a la costa Oeste de la península Aupouri, en la región de Northland, para empezar el regreso hacia Auckland. Esta ruta incluye varios puntos interesantes como las dunas gigantes de Te Paki, la playa de las 90 millas y los bosques de Kauris.

Nuestro objetivo para la primera noche es el camping en Bluff, ya en la playa de las 90 millas. Para llegar a él primero tenemos que llegar a las dunas gigantes de Te Paki, cruzar el arroyo del mismo nombre y luego enfilar la playa hacia el Sur hasta el camping del DOC. La parte de la desembocadura del arroyo y de la playa hay que sincronizarla con la marea baja para poder rodar por la arena firme. Según nos han contado, si la marea está alta, la arena que queda fuera del agua está demasiado blanda y no se puede pedalear por ella.

Al final de la bajada desde Waitiki Landing hasta el arroyo empezamos a ver las dunas. Realmente son gigantes. La gente que se divisa en la cima se ve diminuta. El arroyo Te Paki separa bruscamente las dunas del bosque. A la derecha, la arena dorada, árida y desnuda. A la izquierda, el bosque tropical, verde y espeso. Un contraste irreal. Si miras a un lado te parece estar en el desierto pero si miras hacia el lado opuesto estás en la jungla. El arroyo lleva muy poca agua y no tiene más de 10 cm de profundidad. El lecho es arenoso y se nota el rozamiento, pero los cruces resultan más sencillos de lo que esperábamos y lo atravesamos en múltiples ocasiones buscando la arena más dura. Al cabo de unos pocos kilómetros llegamos a la desembocadura. El agua discurre lentamente del lecho arenoso del arroyo hacia la arena oscura de la playa y finalmente al Mar de Tasmania.

Giramos al Sur y empezamos la famosa 90 mile beach. En realidad no tiene 90 millas, sino unos 90 km. El viento sopla del Oeste y trae una neblina húmeda que reduce la visibilidad considerablemente. Todo lo que podemos ver es un mar gris a la derecha con olas encadenadas resbalando playa arriba y pequeñas dunas a la izquierda tras un talud que parece el límite de la marea alta o más probablemente de los temporales. Al frente, la perspectiva y la bruma desdibujan las dos imágenes. Durante varios kilómetros no hay accidentes geográficos que nos orienten. Por supuesto, la navegación no tiene pérdida, pero si no fuera por el GPS no sabríamos en qué punto del recorrido estamos, ni cuánto nos queda hasta nuestro destino. Cruzamos otros arroyos que se arrastran hasta el mar. Muchos de ellos no están ni reseñados en el mapa. Algunos llevan tan poca agua que la arena de la playa se la traga antes de que lleguen al mar. Al cabo de un rato aparece entre la neblina  la isla de forma piramidal con un arco natural que hemos visto en fotos.

Desde que empezamos a cruzar el arroyo Te Paki, hemos estado pedaleando en sandalias para no mojarnos las botas. En este punto nuestros pies y buena parte de la bici y las alforjas están rebozados de arena. Cada vez que frenamos, los discos chirrían de dolor mientras crujen los granos de arena. Es un chillido que nos causa dentera, como la tiza en la pizarra. La cadena suena a molinillo de café de cuchillas romas. Pedalear en la playa es probablemente la mejor manera de fastidiar la transmisión de las bicis. Pero es que la 90 miles beach es un clásico y esto da cierto peso a la hora de escoger una ruta. Al principio de la playa la novedad nos mantiene alerta y sonrientes. Con el pasar de los kilómetros se convierte en monótona y hasta aburrida. Otros la encuentran mística e inspiradora. Igual con sol sí, pero con esta niebla que cala los huesos y los gemidos de las bicis, parece la entrada al purgatorio.

Finalmente llegamos a la punta rocosa que marca la llegada a nuestro camping de hoy. Es una roca a la que se puede acceder a pie en marea baja. Justo pasado el istmo que la une a tierra, abandonamos la playa, arrastramos las bicis por una carretera de arena y llegamos al camping. Nos encontramos con 6 o 7 tiendas de los caminantes del Te Araroa, el recorrido a pie que va desde el Cabo Reinga a Bluff, el punto más meridional de la isla de Sur (no el camping al que acabamos de llegar). El camping es superbásico, sin ni siquiera agua potable, pero nos sirve para pasar la noche.

Cuando nos levantamos al día siguiente, todas las tiendas han desaparecido. Los caminantes se han puesto ya en marcha. Nosotros tenemos que esperar a que baje la marea. El punto de marea baja es a las 4 de la tarde así que no hay prisa. Le echamos un vistazo a las bicis y dan ganas de llorar. La arena mezclada con la grasilla de la cadena va a estar lijando los eslabones durante los 60 kilómetros que nos quedan. La limpiamos como podemos, pero los recovecos dentro de los eslabones son inaccesible para nuestro cepillo de dientes. Bueno, para el cepillo de dientes que usamos para limpiar las cadenas. Que quede claro que en total llevamos tres cepillos y sólo uno es para las cadenas. Y además es siempre el mismo. Ante la impotencia de eliminar la arena le ponemos un poco de lubricante, más para hacer algo que para resolver nada. Finalmente nos ponemos en marcha retomando la monotonía de ayer. Poco a poco alcanzamos a los caminantes. Para nosotros la 90 miles beach es un día y medio, pero para ellos, como mínimo tres, asumiendo que son capaces de recorrer 30 km cada día de lo mismo. La ruta tiene pocas distracciones. De vez en cuando pasamos por zonas llenas de conchas vacías que crujen bajo las ruedas. Las gaviotas tratan de romper las llenas dejándolas caer desde las alturas. Los puntitos inicialmente difusos en la lejanía se conviertes en personas o vehículos a medida que nos acercamos. Los turistas nos sacan fotos desde los accesos por carretera que pasamos o desde el bus que los trae desde el Cabo Reinga. Apostamos a adivinar la distancia hasta alguna marca lejana. En fin que nos distraemos como podemos entre largos tramos de soledad. Finalmente llegamos a Ahipara, la población en el extremo Sur de la 90 miles beach. Evidentemente, hoy no hemos tenido subidas ni bajadas pero estamos cansados. Con el rozamiento adicional de la arena, el recorrido ha sido equivalente a pedalear una suave cuesta arriba durante los 60 km. Probablemente vale la pena hacer la 90 miles beach, pero si fuera mucho más corta no se perdería mucho.

Nuestro siguiente objetivo en esta costa son los bosques de Kauris, a un par de días de distancia. En esta costa, parece que los bosques en general ocupan un porcentaje de terreno mayor que los pastizales, a diferencia de la costa Este. Los bosques siguen siendo tropicales y densos. Los helechos gigantes todavía destacan como especie más extraordinaria para nosotros. Hemos aprendido que se llaman helecho árbol de tronco negro (black tree fern). Resulta que es una de las especies de helecho más resistente a la luz directa del sol. Seguramente por eso puede alcanzar alturas de hasta 20 metros, las mayores de esta familia del reino vegetal.

En esta carretera Cèsar, en su despiste habitual, pilla un bache con la rueda de atrás y ¡Catacrak! La otra pieza que sujetaba el portapaquetes al cuadro de la bici se parte. Con previsión ya habíamos comprado piezas de refuerzo en la ferretería de Russel. Esas piezas son para muebles y reparaciones en casa pero es lo que había. El resultado es que su bici empieza a parecen un diseño Picassiano. La escuadra hasta queda aerodinámica.

El tramo del bosque de Waipoua es especialmente bonito. Por alguna razón, aquí los helechos gigantes dominan los laterales de la carretera y sus hojas fractales se recortan contra el cielo azul. Te da la impresión de estar paseando por el Jurásico. La vegetación es tan densa y húmeda que nos sería absolutamente imposible acampar en estos bosques si tuviéramos la necesidad. El musgo crece hasta en los resquicios del asfalto.

Llegamos al aparcamiento para ir a ver a Tane Mahuta, el Kauri más voluminoso conocido todavía en pie. Después de un corto tramo caminando, aparece como de repente. A medida que levantamos la vista hasta su copa, el asombro va creciendo. El tronco mide 13.8 m de perímetro y tiene una altura total de 51.5 m, pero lo que más nos sorprende es el grosor de sus ramas, el volumen que abarcan y la cantidad de epífitas que viven en su copa. A pesar de sus 2000 años, la corteza es suave y sin marcas, ni siquiera de ramas antiguas. Para los Maoríes es el señor del bosque, hijo del padre cielo y de la madre tierra. Como tal, tiene un papel primordial en su cosmología y todas las criaturas vivientes son sus hijos.

El siguiente paseo es para ver al kauri más grueso: Te Matua Ngahere (16.4 m de perímetro). Los paseos por las pasarelas de madera elevadas son geniales. La variedad y cantidad de especies vegetales a cualquier altura supera cualquier expectativa. Cualquier rincón está ocupado por un helecho, musgo, arbusto o liana. Los troncos caídos sirven de macetero para nuevas plantas. Es increíble la vitalidad de este bosque.

El final de ruta por el bosque de Waipoua es también especial. El encargado del camping es un aficionado a la bicicleta y recompensa a todos los ciclistas que llegan con una cerveza gratis.

 

 

Al día siguiente visitamos el bosque Trounson. A diferencia del de Waipoua, éste tiene el sotobosque mucho más despejado y la visibilidad a través es mucho mayor. Desde lejos se pueden ver los troncos suaves de los kauris y de los ecosistemas que albergan en sus copas. También se aprecian mejor las lianas que podemos seguir con la vista de tronco en tronco sin perderlas en el laberinto de la vegetación. En todos los parques y reservas oficiales hay una estación de limpieza del calzado a la entrada y salida de los accesos. Primero rascas las botas contra unas planchas metálicas. Luego te las cepillas. Y finalmente les aplicas un spray fungicida en las suelas. El objetivo es no propagar el kauri dieback, un hongo que acaba matando a estos árboles milenarios y espectaculares.

 

Nuestro siguiente camping tiene un par de atractivos nocturnos especiales. En la orilla del río que lo bordea, se puede atraer a dos especies de anguilas simplemente iluminando el agua. Para los Maoríes son un plato delicioso y las cocinan de todas maneras. Nosotros nos contentamos con poderlas ver.

Debajo del puente que cruza el río hay una pared húmeda y sombría, cubierta de helechos donde habitan un montón de gusanos luminosos. Por desgracia no llevamos trípode y es difícil que las fotos salgan bien, pero imaginaos los puntitos azules entre las hojas de los helechos. A medida que te mueves, algunas de las lucecitas desaparecen tras las hojas y otras que estaban ocultas sales a relucir. Mágico. Parece una fuente de inspiración para Avatar.El resto del recorrido hasta Auckland pasa sin más acontecimientos interesantes. Seguimos encontrando señales de tráfico curiosas y buzones imaginativos. A medida que nos acercamos a la ciudad, el tráfico aumenta y se llega a poner agobiante. Igual que hicimos al salir, nos subimos en un ferry para evitar los últimos kilómetros. Y tal como llegamos al puerto de Auckland, partimos hacia la isla de Waiheke, pero eso ya lo dejamos para la siguiente historia.