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Índice de esta etapa:

Fecha Actividad Tramo Distancia (Km) Asc. Acc. (m) Desc. Acc. (m)
20-Feb-19 Bici De Invercargill a Curio Bay 88.5 377 372
21-Feb-19 Bici De Curio Bay a McLean falls  32.1 358 286
22-Feb-19 Bici De McLean falls a Newhaven 59.1 698 788
23-Feb-19 Bici De Newhaven a Kaka Point 22.1 186 175
24-Feb-19 Bici De Kaka Point a Waihola 62.1 268 294
25-Feb-19 Bici De Waihola a Dunedin 49.0 532 525
26-Feb-19 Bici De Dunedin a la reserva Aramoana 58.9 138 144
28-Feb-19 Bici De Dunedin a Waikouaiti 51.2 640 641
1-Mar-19 Bici De Waikouaiti a Moeraki 39.5 207 201
2-Mar-19 Bici De Moeraki a Oamaru 44.0 218 219
Total     506.5 3622 3645

20 Febrero - 2 Marzo de 2019: Los Catlins

Es de dominio público que Los Catlins, la esquina sureste de la isla Sur, es una tierra de fábulas y leyendas. Los antiguos del lugar hablan de águilas de 4 metros de envergadura que cazaban moas, una especie de avestruz que habitaba en Nueva Zelanda. Los paleontólogos aseguran que ambas especies están extinguidas. La existencia actual de kiwis en estado salvaje (nos referimos a los pájaros), es un debate acalorado en la sociedad neozelandesa. Nosotros sabemos que es una trampa para turistas y que en realidad están extinguidos. Pero aparte de estos últimos pajarracos infames y de los prehistóricos, hay otras criaturas que hacen Los Catlins dignos de visitar. O eso creíamos…

En primer lugar están los lobos marinos y las focas. De estos hemos visto bastantes y en buenas condiciones, o sea durante el día y bastante cerca. Las focas tienen bigotes más largos, les gustan las costas rocosas y trepan por ellas de manera inverosímil. En concreto, la especie de foca que habita esta costa es la fur seal. Se pasan horas y horas acondicionándose el pelaje segregando una sustancia de unas glándulas especiales y restregándosela por toda la piel. Son especialmente graciosas cuando se restriegan la cara con las dos aletas delanteras. En cambio los lobos marinos prefieren las playas arenosas y aparentemente se pasan todo el día tumbados en ellas. En teoría se alimentan de pescado y pingüinos, pero nosotros siempre los hemos visto durmiendo en la playa. En realidad, nosotros creemos que se alimentan por ósmosis a través de la arena, pero de momento esta teoría no ha sido ni aceptada ni rebatida por los especialistas en la materia.

En segundo lugar están los pingüinos. Su existencia en estado salvaje en la actualidad es otro tema de discusiones acaloradas entre los turistas y proveedores de servicios turísticos. Hay dos especies de pingüinos que supuestamente usan la costa de Los Catlins para anidar en verano: el pingüino de ojos amarillos y el pingüino azul. La costa de cualquier mapa de Los Catlins está salpicado de pequeños pingüinos. Las guías turísticas recomiendan lugares y horarios para avistarlos. Los panfletos de las empresas turísticas muestran fotos de pingüinos a pocos metros de turistas jubilosos. Nuestra conclusión después de buscarlos exhaustivamente por Los Catlins es que están extinguidos o en vías de extinción, tal como mostraremos en este relato.

Los Catlins es la parte de la costa de Nueva Zelanda entre Invercargill y Dunedin. En este relato incluimos también el tramo entre Dunedin y Oamaru, pues en esta zona hay tantos pingüinos en los mapas que se tocan las aletas. Es una costa fría, ventosa y lluviosa, con un clima tan caprichoso como malhumorado. Los pocos árboles que sobreviven crecen torcidos forzados por los vientos del Sur, directos de la Antártida. El mar siempre está agitado, excepto en las calas más protegidas entre espolones rocosos. El agua tiene un color frío (ni siquiera nos hemos atrevido a meter el pie). En varias de las puntas rocosas hay faros para alertar a las embarcaciones de los peligros de la costa. Más de uno se construyó después de un naufragio catastrófico. Nuestro recorrido en bici discurre entre campos dedicados al pastoreo de vacas y ovejas. Las colinas suaves y redondeadas intentan dar una sensación de tranquilidad, pero las sacudidas de la vegetación obedeciendo a los azotes del viento nos recuerdan que esto son Los Catlins, una zona desapacible. En contraste, los pobladores que viven aquí, especialmente los mayores, son super cálidos y acogedores. Quizás porqué saben lo dura que era la vida en épocas pasadas y todavía conservan esa hospitalidad hacia el viajero, típica de terrenos inhóspitos.

Pero no nos desviemos más del tema que nos ocupa: la existencia o no de pingüinos en Los Catlins. Nuestro primer intento de avistarlos es en el faro de Waipapa, versión reducida de su verdadero nombre Waipapapa (hasta a los maorís les parecía exagerada tanta repetición). En la playa avistamos un par de lobos marinos. Parece que están vivos, pero si estuvieran muertos tampoco nos daríamos cuenta. Aquí los únicos pájaros que vemos vuelan. Por lo tanto descartamos la presencia de pingüinos. Seguimos adelante, hacia Curio Bay, nuestra primera noche en Los Catlins. Curio Bay es famosa por su colonia de pingüino de ojos amarillos. Los ancianos cuentan que la espuma que creaban las hordas de pingüinos regresando a tierra en el atardecer se podía ver a kilómetros de la costa. Los pingüinos jóvenes formaban una avanzadilla al frente de la manada y generaban su propia ola. Los componentes más débiles de la manada podían surfear la ola para ahorrar esfuerzo. Estamos en el lugar adecuado y a la hora adecuada. Una maroma entre el acantilado y el agua delimita el área de avistamiento para los turistas, unos cincuenta en este atardecer. Nosotros tenemos información privilegiada de un confidente que nos ha recomendado la cala contigua, donde no hay cuerda y los podremos ver más de cerca. Esperamos pacientemente en silencio.

Cuando el sol se pone tras el acantilado y empezamos a tener frío, nos asomamos a la zona donde los otros turistas esperan y parece que hay cierta actividad. Nos acercamos y preguntamos a las dos chicas que controlan a los turistas. ¡Resulta que este año sólo ha aparecido un pingüino de ojos amarillos! ¡Uno solo! Y según ellas está escondido detrás de una roca cerca de la orilla. ¡Venga ya! ¡Esto es una tomadura de pelo! Cuando nuestras esperanzas se desmoronan, nos apuntan hacia la roca anunciando que el pingüino ha aparecido. En la roca, a unos 60 metros, se ve un perfil blanco y negro. Podría ser perfectamente un perfil de cartón. Espera, está moviendo las alas. Bueno, podría ser un perfil de cartón con alas móviles, conectadas al cuerpo con remaches holgados. Igual hasta se mueven con el viento como esos pájaros veleta de tela que se usan para espantar a las palomas y gaviotas. Mmmm, parece que camina. Torpemente, pero los pingüinos ya lo hacen de esa manera. Los saltos desmañados para bajar de la roca nos convencen de que se trata de un pingüino de carne y hueso. Mirando a través del objetivo de la cámara se pueden intuir las plumas amarillas que van desde el rabillo del ojo, también amarillo, hacia atrás. El pobre mira hacia el mar, esperando que aparezca algún congénere retrasado. Da unos saltos más para bajar desde su atalaya y vuelve a mirar atrás. Alicaído reemprende su camino hacia el acantilado. Quién sabe si incluso habrá llegado a construir un nido. Ignorando a todos los turistas, sigue cabizbajo entre saltitos y miradas hacia atrás, camino de su nido vacío. Una escena triste. Tenemos que reconocer que estábamos equivocados, el pingüino de ojos amarillos no está extinguido. Todavía, pero esta colonia lo estará pronto.

Al cabo de unos días llegamos a Kaka Point, otro de los puntos recomendados para ver pingüinos. La recepcionista del camping nos cuenta que en su juventud, había por lo menos 200 pingüinos en Roaring Bay, nuestro destino de este atardecer para avistarlos. Para evitar que los turistas molesten a los pingüinos, han construido una caseta desde donde se los puede avistar. Después de horas de observación, ya tenemos rampas en las pestañas. Hoy no hay suerte. Quizás sea por culpa de los dos lobos marinos tumbados en la playa, esperando una cena fácil. De todas maneras, la caseta está tan lejos de la playa que apenas los veríamos sin prismáticos.

 

Contentos con haber visto al menos un pingüino de ojos amarillos hace unos días, centramos los esfuerzos en los pingüinos azules. Éstos son más pequeños (25 cm) y regresan a la costa al anochecer, con lo cual todavía son más difíciles de ver. Otra de las noches la pasamos en Moeraki, ya al Norte de Dunedin. Al otro lado de las rocas del puerto pesquero hay una playita que parece un paraíso para los pingüinos azules. Las algas cubren el último trecho hasta la orilla, perfectas para engañar a una posible foca hambrienta. La distancia entre el agua y los acantilados es corta, perfecta para llegar hasta el nido subterráneo en una correteada, en caso de no haber despistado a la foca. Aquí sí vamos a ver pingüinos azules. El sol ya se ha puesto hace rato pero seguimos escudriñando cualquier movimiento en la playa. A media-larga distancia se mueve algo. Es un animal pequeño, a unos 5 metros del agua, a medio camino del acantilado. ¡Ostia, hay tres! Son oscuros con una mancha blanca, pero parece que está situada al final de la espalda. Enfocamos el zoom de la cámara y ¡¡¡¡¡resultan ser conejos!!!!! ¿¿¿Qué demonios hacen tres conejos en la playa a las 9 de la noche??? ¡Eh, mira allá! Eso sí tiene que ser un pingüino. Barriga blanca, espalda negra, patas palmípedas, camina torpemente… Pero ese cuello alargado y ese pico ganchudo no parecen de pingüino. Una de dos, o es un cormorán o un pingüino disfrazado de cormorán. Desaparece patosamente detrás de una roca y ya no lo volvemos a ver. Quizás, una vez fuera de la vista pública, se está quitando el disfraz de cormorán para empezar a alimentar a sus polluelos. Quizás los conejos eran pingüinos azules disfrazados de conejo. A esta hora ya es tan oscuro que hasta las piedras nos parecen pingüinos.

Andamos ya desesperados. Nuestra última oportunidad es la colonia de pingüinos azules de Oamaru. Para verlos hay que pagar y ni siquiera te dejan hacer fotos, pero hasta a eso hemos accedido con tal de verlos. Igual son hologramas que no pueden ser captados con las cámaras… Al llegar al camping de Oamaru, siempre buscando el conocimiento local, le preguntamos a la recepcionista por oportunidades para verlos. Su respuesta nos deja atónitos: “Hay un nido de pingüinos azules debajo de la plataforma de la cocina. El polluelo sale a las 9:30 PM y la madre llega sobre las 11. Es el último polluelo que queda esta temporada en el camping. Seguro que en 2 o 3 días abandona definitivamente el nido”. Rápidamente cancelamos el tour y reorganizamos la tarde y noche alrededor de este gran evento. A las 9 nos sentamos a primera fila con el resto de los otros campistas. Sobre la nueve y cuarto, la recepcionista se acerca por la cocina, quita un pedrusco que está al lado de la escalera que sube a la plataforma de la cocina y se larga. Un poco raro, pero no le damos más importancia. Al cabo de un ratito, cuando ya es oscuro, por allí donde estaba la piedra sale una bola plumífera con pico. No nos lo podemos creer. La bola empieza a desplazarse torpemente hacia el filo de la tarima y pega un salto tipo pingüino hasta el césped. Increíble. Con la poca luz que hay podría ser un pingüino fucsia y no notaríamos la diferencia, pero eso poco importa ahora. El pollo se acerca al borde del césped, delimitado por una fila de piedras. Cuando alguno de los espectadores hace ruido, se asusta y regresa a toda velocidad y se esconde debajo de la tarima. Cuando el mundo exterior se tranquiliza, vuelve a salir. Como siempre ocurre en estas ocasiones, hay un desgraciado al que le importa un pimiento fastidiar la noche al resto de espectadores. Esta noche es un enano de unos 4 años. Bueno, más que culpa del enano, es de la madre. Primero se sienta delante nuestro como si fuera transparente. Por suerte se mueve lateralmente antes de que tengamos que decirle algo. Lo peor de todo es que el enano lleva un kiwi de peluche entre los brazos y su madre le dice que es un pingüino. ¡Qué atrocidad! No sólo le compra un peluche de un animal extinto sino que además le quiere hacer creer al niño que es un pingüino disfrazado de kiwi. Por supuesto, el niño no para de hablar, cantar, moverse. ¿Por qué no se lo lleva a la caravana y lo sienta delante de la tablet? El polluelo ya hace rato que no sale de su escondrijo. Cuando estamos a punto de ebullición, el enano estruja el maldito peluche y éste empieza a reproducir el canto del kiwi. Las manos de Cèsar se acercan al cuello del enano con los dedos crispados y las uñas retráctiles afuera. Justo antes de cerrarse alrededor de esa pequeña y delicada nuez, el polluelo de pingüino sale como una bala de su escondite y se acerca cautelosamente al niño. Bueno, en realidad se acerca al kiwi de peluche. ¡Por Dios! Toda la existencia de la especie pingüino azul depende de este polluelo y ahora se cree que su madre es un peluche de kiwi. Seguro que esto le va a crear un trauma infantil y cuando sea mayor se disfrazará de kiwi. En fin, al cabo de un rato, llega la madre del pingüino, caminando por la entrada del camping como cualquier otro turista. Cuando el polluelo se da cuenta de que esta vez sí es su madre biológica, se abalanza sobre ella y empieza a darle cabezazos en la barriga para que regurgite su cena. Entre cabezazo y cabezazo le chilla y suplica que saque ya los pescados y calamares que trae en el buche. La madre no responde. No nos sorprende. Con todo ese público con ojos como platos observándote, a ver qué madre se pondría en evidencia vomitándole la cena a su bebé. Finalmente se mete bajo la tarima. El pollo la sigue sin parar de clamar por su ración y se acaba la función. Los espectadores recogen las sillas, empiezan la tertulia del acontecimiento y se retiran a sus caravanas. Nosotros estamos satisfechos de poder asegurar que los pingüinos azules no están extinguidos todavía.

Cèsar ya metido en su saco no consigue quedarse dormido. No consigue esconder la uñas y sus manos siguen rígidas en posición semicerrada, como si no hubieran podido completar una tarea que parecía ser justa y necesaria. Judit sigue dándole vueltas a la roca que la recepcionista movió antes de que empezara el espectáculo. ¿Será ese pingüino un prisionero de la recepcionista? ¿Lo estará explotando para promocionar el camping? ¿Vendría la madre a ver a su polluelo durante las horas de visita preestablecidas por la recepcionista?

Hemos pasado unos diez días en Los Catlins. Algunas de las historias que hemos oído sobre la fauna local ya son leyendas. Algunas de las vivencias que hemos tenido, desgraciadamente, pronto lo serán.